viernes, 13 de septiembre de 2013

Todo lo sólido se desvanece en el aire


Hace unas semanas, mientras iba –como casi todos los días del último año- sentado en el piso de un vagón del metro del DF. Tal vez llevaba 10 o 15 minutos ahí sentado, sin pensar en nada específico. Llevaba un buen rato en el modo zombi que induce frecuentemente este medio de transporte, tal vez tarareando alguna canción en mi mente o pasando rápidamente por ideas, imágenes y pensamientos no muy claros ni definidos en mi cabeza.

De pronto el vagón del metro se sacudió y se frenó casi al instante, se apagó el motor y las luces se apagaron por unos segundos. Cuando la luz regresó los zombis éramos personas, nos vimos unos a otros sin saber muy bien qué pensar ni qué cara poner; no supimos qué nos queríamos decir con la mirada, pero era claro que casi todos necesitábamos algún tipo de contacto con otra persona después de que pasara algo que nadie esperaba.

Poco a poco empezaron a regresar los sonidos y vibraciones del tren. A medida que éste fue encendiéndose y todo regresaba a la normalidad, las miradas se desconectaron y unas se dirigieron al suelo, otras a las ventanas, otras hacia arriba. Las personas se fueron haciendo otra vez zombis de una en una. Nuestro brevísimo momento de reconocimiento mutuo se acabó.

La experiencia en sí le dio material de debraye (y malviaje) a mi cerebro por bastante tiempo, y para “celebrar” que estoy escribiendo otra vez, quiero intentar expresar todas estas cosas que traigo en la cabeza.
Acabo de terminar de leer un libro de Marshall Berman (recomendadísimo) que se llama Todo lo sólido se desvanece en el aire, título también de este ensayito bloguístico. El libro es un estudio sobre el significado de la Modernidad, no voy a intentar explicarlo yo, porque además de que seguro no lo podría hacer bien, ya lo hizo el autor por mí.

Hay una forma de experiencia vital –la experiencia del tiempo y el espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y peligros de la vida- que comparten hoy los hombres y mujeres de todo el mundo. Llamaré a este conjunto de experiencias la modernidad. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos.

Uno de los primeros puntos que aclara el libro es que esta modernidad no es de ningún modo exclusivamente actual (y el libro está escrito en 1982), el autor considera que las personas viven en un “mundo moderno” desde al menos el siglo XVI. Los capítulos del libro son análisis de la modernidad en distintos países y durante distintas épocas, a partir del estudio de las obras literarias de dichos momentos.
Con todo esto nos hace entender que la modernidad une al mundo histórica y espacialmente, pero nos dice el autor,

[…] es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, todo lo sólido se desvanece en el aire.

Y no sólo los objetos físicos; las ideas, lo correcto y lo incorrecto; los modos de pensamiento y estilos de vida; la Verdad científica y los ideales de belleza; las creencias y las certezas de la vida diaria.
Lo que me atrapó al inicio de este libro fue que leí escritos mis pensamientos y sensaciones, como si el autor hubiera entrado en mi subconsciente y hubiera armado uno de los tantos rompecabezas de ideas que tengo por ahí. Lo que lo hace ya después de leído uno de mis libros favoritos, es que justamente te dice que no eres el único que se siente así, esa sensación y esas ideas son lo que lo hicieron escribir el libro, donde estudia lo que escribieron al respecto Goethe, Marx, Baudelaire, Pushkin, Gogol, Dostoievsky y muchos otros autores, que además no hablaban por sí mismos, expresan el sentir de su época.

Cuando yo era chico, el mundo era bastante sencillo. Lo bueno era bueno y lo malo, malo. La gente era buena, mi familia era buena, mis maestras en el kínder, todas las personas importantes. La comida era lo mejor del día y los dinosaurios eran lo más chido que existía, seguido de muy cerca por las espadas (láser y de metal). Lo que mis papás me decían era absoluto y siempre se cumplía, ellos no se equivocaban.

No tengo muy claro en qué momento de mi vida empecé a notar que no todo el mundo vivía como yo, que no todo estaba bien y que de hecho, siempre parecía haber algún problema en la ciudad, el país, el mundo. Lo que sí tengo claro es que por esa época conocí a Mafalda y me pasó lo mismo que hace unos meses que empecé el libro.


Hasta la fecha me sé Todo Mafalda, a pesar de que actualmente me gustan más otras caricaturas de Quino.
Regresando a la experiencia del metro, me di cuenta que lo que experimentamos después de la sacudida y el apagón (al menos yo), no fue tanto miedo por que pudiera haber un accidente, era impresión de que pudiera suceder. El metro es algo que damos por hecho en la ciudad. Es un aparato mágico, como de videojuego: entras a un cuarto, las puertas se cierran, hay vibraciones y ruidos y apareces después en otro punto del DF.

Nunca pensamos en cómo funciona, desde cuándo, ¿en qué condiciones? ¿Quién lo maneja? A mí me enseñaron- y sé desde siempre- que el metro te lleva a cualquier lugar de la ciudad. Así es, no importa cómo.

Creo que este tipo de ideas y conceptos absolutos y “naturales” (que no podrían ser de otro modo) siguen fuertes desde mi infancia debido a que son una especie de refugio de esta incertidumbre moderna que tan bien describe Berman.

En la actualidad del DF (moderna como el París de Baudelaire, el San Petersburgo de Biely, el Nueva York de la infancia del autor) vivimos en un caos absoluto, incomprensible pero que de algún modo funciona. La ciudad es un universo de personas, de sonidos, de colores, imágenes, sabores y olores; agradables, extraños, incómodos y horribles. Es como una máquina de pin-ball gigante, con millones de pelotitas rebotando en todas direcciones y chocando unas con otras (donde muchas se caen entre las dos compuertitas).

Se percibe en el aire, hay una pesadez que atonta (los zombis del metro), sin embargo está compuesta de una vibración perpetua, de un modo de vida rápido, acelerado, que no te da tiempo de pensar en lo que haces. Es como estar soñando que algo te persigue, sin saber qué te va a pasar si te alcanza, pero aun así te sientes incómodo con la idea, así que avanzas, te mueves lo suficiente para dejar de tenerle miedo, pero aún lo sientes y lo escuchas cerca.

Además, hay tráfico, hay peleas, hay choques, hay insultos, hay incendios, inundaciones, temblores, tormentas, asesinatos, asaltos, arrestos ilegales, represión, racismo y clasismo. Hay PRI, hay diputados y senadores, hay muchos policías. Hay narcos y militares (menos que en otros lugares, tal vez), hay prostitución y secuestros, hay atropellados y suicidios. Hay hambre, hay enfermedades, basura. El aire raras veces es no-tóxico, hay contingencias ambientales y lluvia ácida. Hay telenovelas y gente que las ve, existe Televisa, Slim, Monsanto, Wal Mart y las mineras canadienses, Patishtán está en la cárcel y Calderón da clases en Harvard.

Sé que no todas las personas tienen las mismas preocupaciones que yo, pero si de algo estoy seguro, es que todos vamos por la vida así, sin saber qué va a pasar mañana, sin entender por qué el mundo va mal, sin saber qué hacer al respecto, creo que aunque no sea de manera consciente, pensamos cómo cambiar las cosas, a nivel personal y social. Espiritual y sentimental también ¿Hacia dónde es el cambio? ¿Quién lo ha logrado? ¿Vale la pena intentarlo?

El metro es una de las certezas del DF, cuando lo tienes que usar diario se vuelve algo tan cotidiano como que sale el sol y hay tráfico en el centro, como la comida en la calle, como los edificios. Son parte del paisaje, así es la ciudad. El metro es el cuarto mágico que se mueve en un tren por debajo de los edificios y te hace cruzar la ciudad (una parte de ella, es como el triple de grande, pero no conozco esas zonas). Lo damos por hecho. Es seguro, siempre funciona.

Es un túnel subterráneo de 16 km de largo con un tren que lo recorre a velocidad rápida, inaugurado en 1969. A pesar de que sí es seguro ya que no ha habido accidentes graves (conocidos) en él, no sería raro uno. Pero no lo pensamos, es parte de la rutina, del paisaje camino a la escuela o el trabajo.

En el momento que esta certeza pierde un poquito de solidez, buscamos seguridad en los demás, necesitamos decirnos unos a otros que todo va a estar bien, que todo sigue en su lugar y que lo sólido sigue siendo sólido.

No tengo muy claro como concluir esto y creo que ya expresé más o menos lo básico, el contorno del rompecabezas de mi mente. Para poner unas cuantas piezas más (que no todas) otra cita de Marshall Berman

Ser modernista es, de alguna manera, sentirte cómodo en la vorágine, hacer tuyos sus ritmos, moverte dentro de sus corrientes en busca de las formas de realidad, belleza, libertad, justicia, permitidas por su curso impetuoso y peligroso.

Tal vez esa es una postura ante el mundo moderno, acoplarse a él, unirse al desorden funcional de la realidad, buscar moverse con la corriente y no luchar contra ella, pero tampoco flotar a la deriva. Hacer lo posible (en todo sentido y con cualquier fin) dentro de las posibilidades de cada quien.

Ayer escribí todo eso, hoy la Policía Federal desalojó a los manifestantes del Zócalo. La tele dice que hubo saldo blanco, que no hubo enfrentamientos y hasta se atrevieron a decir (en Milenio) que “seguramente los maestros ya recapacitaron y se dieron cuenta de que hay que desalojar el Zócalo para poder celebrar las fiestas patrias”. Sí, seguro eso fue, no creo que haya tenido ninguna influencia el hecho de tener 3,600 granaderos con la orden de golpearlos y llevárselos. La tele no mostró ninguna imagen, en facebook se puede ver que hay muchos heridos y detenidos, el gobierno bloqueó el internet en el centro de la ciudad por varias horas, no hubo forma de transmitir nada desde adentro, pero hay fotos de 5, 6 policías pateando gente en el piso, en calles a varias cuadras de distancia del Zócalo, maestros con heridas en la cabeza, gente ensangrentada.

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La idea de que la Policía (y de paso el Ejército) es “buena” y que existe para proteger al pueblo, es uno de los primeros elementos en mi forma de entender el mundo que se volatilizó. Tristemente, ahorita es algo que no me sorprende. Desde muy chico me doy
cuenta que su verdadera función es la que llevaron a cabo hace unas horas: reprimir, golpear, intimidar, separar, disolver y destruir. Son el instrumento de la gente en el poder para mantener su posición. Una de las cosas que sí se desvaneció (o mejor dicho, terminó de desvanecerse) es la idea de que el gobierno del DF -de “izquierda”- iba a ser distinto a los gobiernos represores priistas que ha habido en otros estados y en otras épocas. La idea de que una represión similar a la del 68 no puede suceder aquí y ahora. En la ciudad de vanguardia y respeto a los Derechos Humanos, y en pleno siglo XXI.

Este tipo de pensamiento, que el momento actual (histórico y espacial) es la cúspide de la pirámide del progreso humano, también es un elemento moderno de las sociedades desde hace 400 años. En los principios del siglo XX era impensable la idea de campos de concentración, del horror de los Estados totalitarios y dictaduras que florecieron más tarde. Estamos a nada de algo parecido y no sólo en México (Siria, Egipto).

Lo positivo –o no tan negativo- es que todo eso también es incierto, mañana pueden venirse abajo todas las estructuras que hoy parecen indestructibles y eternas, sociales, económicas, políticas y físicas. La vorágine no se detiene, el mundo está en constante desintegración y renovación.
El saldo del día de hoy son aproximadamente 200 heridos, 70 detenidos (y como ya es costumbre en el gobierno de Mancera, no todos estaban en las manifestaciones, ni son de la CNTE. Periodistas y gente que pasaba por ahí también están madreados y detenidos) y una plancha del Zócalo libre para festejar la Libertad del Pueblo Mexicano. Con banderitas chinas y muchos muchos policías. ¡VIVA MÉXICO!